CAPÍTULO 10: Ray, el ticqueur ingenioso.
Al principio del capítulo, se nos cuenta el descubrimiento del síndrome de Tourette por el propio Gilles de Tourette en 1885. Dicho síndrome se caracteriza por una gran abundancia de ideas y movimientos extraños; y que en sus formas "superiores" afecta a todos los aspectos de la vida instintiva.
Para Tourette y sus colegas, el síndrome era una evidente posesión del individuo por instintos e impulsos primitivos; era básicamente una lucha entre el "ello" y el "yo".
Sin embargo, en el cambio de siglo los médicos hicieron una diferenciación entre la neurología sin alma, y la psicología sin cuerpo; y desapareció así cualquier posibilidad de aclarar el síndrome de Tourette.
Había sido tan olvidado como la enfermedad del sueño, con la que guardaba mucho en común debido a la rareza de sus síntomas. Aunque, cuenta el autor, siempre vio una conexión algo más profunda.
En 1969, comenzó a administrar L-Dopa a los pacientes de la enfermedad del sueño, la cual primero los despertó y luego les empujó hacia los tics y el frenesí. Esto interesó a la gente y en 1971, el Washington Post le entrevistó sobre como les iba, a lo que él contestó: "tienen tics". A raíz de esas declaraciones, comenzó a recibir cartas pero solo aceptó ver a un paciente: Ray.
Al día siguiente de ver a Ray, se dio cuenta de que podía identificar a más de tres personas con el síndrome de Tourette, en la calle; lo que le desconcertó porque según él creía era un porcentaje bajísimo de la población el que sufría de él. Tres años después se encontró con que había una Asociación del Síndrome de Tourette que había trabajado por dar a conocer la tragedia de los que padecen este síndrome.
La primera vez que vio a Ray, con 24 años, estaba casi incapacitado por los tics pero, como en la mayoría de los pacientes, tenía una notable sensibilidad musical, siendo batería de jazz famoso por sus improvisaciones súbitas e incontroladas.
Le empezó a suministrar Haldol, pero volvió a la semana siguiente indignado porque no tenía costumbre de vivir sin los tics.
Debido a esto, empezó a sugerirle a Ray como sería una vida sin los tics; durante 3 meses; en los que afloraron todo tipo de cualidades humanas y una personalidad muy fuerte que le hizo; sorprendentemente; que los efectos del Hadol dieran resultado.
Pero a Ray no le convencía eso de ser "normal" del todo; así que decidió administrarse Hadol sólo entre semanas y los fines de semana, volver a ser el Ray de los tics; a quien él mismo llamaba Ray el ticqueur ingenioso.
CAPÍTULO 14: los poseidos.
Como citó en el capítulo 10, algunos enfermos del síndrome de Tourette podían ser realmente violentos. Esta forma del síndrome de Tourette es mucho más rara que la normal; y ya es rara de por sí; y puede casi aplastar a la persona.
Al día siguiente de ver a Ray; ese día en el que se percató de que había más enfermos de Tourette de los que creía; le llamó la atención una mujer mayor que estaba en el centro de un alboroto. Ella estaba "imitando" o más bien caricaturizando a todas las personas con las que se cruzaba y en un "final" de su carrusel de burlonas interpretaciones, desesperadamente, la anciana entró en un callejón y en 10 segundos volvió a repetir las personalidades de las 50 o 60 personas con las que se había cruzado; en un ritmo terroríficamente frenético.
Esto le hizo comprender que el ego de la víctima de Tourette, se halla sometido a un bombardeo que dura toda la vida, por impulsos que vienen de fuera y de dentro. Esto le hace al autor preguntarse cosas como: ¿puede desarrollarse frente a este anquilamiento, o quedará aplastada produciendo un alma "tourettizada" ?
El autor cita a Hume, quien dice que la identidad personal es una ficción y que solo somos una sucesión de sensaciones, para explicar que esto no se cumple en el caso de un ser humano normal pero que puede aplicarse a una víctima de Tourette; y que por tanto es un más que humano.
Como conclusión, la víctima de Tourette se ve obligada a luchar , simplemente para sobrevivir. Y lo milagroso es que en la mayoría de los casos lo consigue, ya que la voluntad de sobrevivir es la más fuerte de nuestro yo.
Valme Pérez 2º Bach. B